Jugaron el partido, sufrieron la prórroga y fallaron todos los penaltis. Después de un centenar de penas máximas erradas, el reglamento establecía el lanzamiento de una moneda para el desempate. Por supuesto, con lo tonta que estaba la tarde, cayó de canto, en milagroso equilibrio, mientras el árbitro internacional murmuraba un prosaico “no me jodas”.
Las deliberaciones posteriores fueron tan intensas que incluyeron dos tarjetas amarillas. Finalmente apareció el linier cargando un maletín con dos pistolas que entregó a sendos capitanes, tan voluntariosos como estupefactos. Once pasos después, los disparos y el pitido de final de partido fueron todo uno.
Las deliberaciones posteriores fueron tan intensas que incluyeron dos tarjetas amarillas. Finalmente apareció el linier cargando un maletín con dos pistolas que entregó a sendos capitanes, tan voluntariosos como estupefactos. Once pasos después, los disparos y el pitido de final de partido fueron todo uno.
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