Se mira en el espejo. Tiene un corte de pelo completamente asimétrico y aun le cubre el delantal que le puso el viejo peluquero, antes de derrumbarse con la mano en el pecho. Los enfermeros le apartan para llevarse el cuerpo del anciano, pieza esencial de la historia del barrio.
Un enorme corro de vecinos abre paso a la camilla. Hay lágrimas, estupor, caras de asombro. Un infarto, susurran. Nace un tímido aplauso, el último homenaje a un humilde artesano, que crece hasta convertirse en rugido.
Aplaude azorado. Le aterra el delicado asunto de preguntar quién puede terminar de cortarle.
1 comentario:
Pero al menos no ha pagado...
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