el cortejo
El periodista pensaba que el escritor era un oportunista sobrevalorado. El escritor, que el periodista era un pipiolo vanidoso, más empeñado en construir frases lapidarias que en escribir reseñas coherentes. El escritor necesitaba urgentemente aparecer en un artículo interesante. El periodista tenía un ultimátum de su revista. Se encontraron, por tanto, con la mejor de las voluntades. El cortejo entre los dos egos fue complicado, tenso y artificioso, estirado a unas copas tardías, medianas confidencias y guerrilla de ingenios. Al cerrar el último bar, el escritor opinaba que el periodista era gilipollas. El periodista, que había entrevistado a un imbécil.
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