El empleado repite:
son dos con ochenta.
El cliente mantiene un silencio inmóvil, con la mirada fija en su gorra corporativa.
Señor, ¿me escucha?
Pero el cliente está tomando la decisión más trascendental en la vida de ambos. Estudia a su interlocutor: restos del desayuno atrapados en los dientes, el proyecto de barba que oculta las espinillas, la mirada vacuna. No. Este hombre no es el enemigo. Es el vacío. Su vida o su muerte no aportan nada a la causa.
Lentamente aparta el dedo del detonador, oculto en el bolsillo de la chaqueta. Y busca los dos con ochenta.
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