Rota en el aire, una vuelta tras otra. Cuando la gravedad suspende su tregua, lanza las manos a las barras. Convierte su cuerpo en el radio de un círculo perfecto, se libera y de nuevo asciende, vuela hacia el centro del pabellón, ante un millar de gargantas silenciadas, de ojos ávidos de gloria.
Los anillos olímpicos enmarcan una foto única, el esplendor de la ingravidez, que ahora cuelga enfrente de su puesto tras el mostrador.
Vuelve a la tierra cuando un cliente pide un café.
Asiente y se sacude las manos, pero en vez de magnesio, caen granos de azúcar.
Los anillos olímpicos enmarcan una foto única, el esplendor de la ingravidez, que ahora cuelga enfrente de su puesto tras el mostrador.
Vuelve a la tierra cuando un cliente pide un café.
Asiente y se sacude las manos, pero en vez de magnesio, caen granos de azúcar.
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