Una
mosca baila sobre la sandía, que se licua lentamente al sol. Su pie desnudo apunta
hacia un mar turquesa.
Sin
duda, es verano.
No
sabe donde está. Acaba de despertar de la siesta, su cabeza regresa lentamente
desde algún rincón remoto. Ni siquiera recuerda su nombre. Esta desorientación
no le produce ninguna angustia. Al contrario, se limita a disfrutar del vacío en
su mente, de la brisa rozando su cuerpo desnudo.
Le
adormecen las rutinas del mar.
Entrecierra
los ojos y se hunde plácidamente en la nada, intuyendo que, cuando despierte, una
vida llena de urgencias volverá con él
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