El francotirador está tumbado en el suelo, protegido del viento por una pared de ladrillos. Espera el momento. Tiene la experiencia del veterano, solo necesita ese instante donde posición, distancia y tiempo se alineen correctamente y sentencien a su presa. Lleva al menos cuatro horas en la azotea, pero siente que está cerca.
Sucede.
Se abre la puerta del hotel, ella lleva enormes gafas de sol con las que mira ambos lados. Él la sigue, altivo y elegante en su traje. Coinciden un solo instante en el plano. Tres chasquidos mecánicos.
Ni sospechan que la cámara se lleva sus vidas.
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