Al final resultó que los creacionistas tenían razón. El mundo tenía unos pocos miles de años, había sido creado por Dios, un poco al tuntún, haciendo que algunas especies simplemente cambiaran de un día para otro. De hecho, los dinosaurios habían sido una broma privada entre dos naturalistas, un bulo que había ido creciendo hasta el disparate. Ya se sabe que la gente cree lo que quiere creer.
Vaya chasco, piensa el viejo científico, avergonzado. Pasó media vida dando altaneras conferencias sobre la evolución y ridiculizando a aquellos crédulos. Solo espera que no haya muchos conocidos aquí, en el infierno.
1 comentario:
Este le vendría especialmente al pelo a Alber, que siempre dice: "¿Que pasaría si se pudiera explicar con toda seguridad, que Dios no existe?"
Es lo mismo, pero invertido. Me gusta.
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