Frenos, un grito, un derrape, vueltas de campana, cristales que estallan, el coche se escora y patina y encuentra un vacío donde antes hubo suelo y salta y atraviesa las vallas como si fueran papel y rueda colina abajo. El armazón dispara fragmentos al aire: metálica piel muerta que se desprende del cuerpo que gira. Impacta contra un árbol que cruje y desvía su rumbo y se estrella en el lecho seco de un río. Allí se detiene el testimonio final de escombros bañados en sangre. Luego humo y silencio.
Así escriben los dioses del caos sus cartas de amor.
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